domingo, 27 de junio de 2010

Hipócritas, ladrones y mentiros II

El abuso de poder puede adoptar muchísimas formas. Desde las torturas en la cárcel de Guantánamo, pasando por los 30.000 desaparecidos, las bajadas de línea editorial en los diarios, las horas extra laborales impagas y hasta el absurdo precio que impone un mecánico para arreglar un radiador. En el cuento Ante la ley, Kafka denuncia, no solo el abuso de poder, sino la burla de éstos hacia el débil. El campesino, honrado y humilde, intenta “entrar” a la Ley, mientras que ésta, no solo le prohíbe el paso, sino que la inescrupulosa burocracia del stablishment, (un tema común en la obra del escritor checo), confunde y da esperanza al campesino, quien termina sentado, esperando, y por ende, malogrando su vida en pos de algo que, de antemano, la Ley sabía que no iba a otorgarle.
La ley y el campesino –cualquier similitud con el marxismo No es pura coincidencia-, forman una metáfora en la que los actores pueden variar pero el significado será siempre el mismo: el abuso de poder y la marginalidad a la que son sometidos los que menos tienen.
Hoy por hoy, el campesinado quedó, prácticamente obsoleto. También esa figura casi dictatorial de poder (aunque sigan existiendo algún que otro caso aislado). Hoy quien manda es la empresa; y los excluidos son los locos, los pobres, los inmigrantes, (pobres también, obvio). Pero particularmente en este mes, el mundo está en Sudáfrica y la representación de la Ley del cuento de Kafka podría trasfigurarse en la Federación Internacional de Fútbol Asociado; FIFA, para los amigos.
Joseph Blatter sonríe. Se sienta en los cómodos palcos calefaccionados del Durban Stadium. Gira su cabeza, saluda, se para, intercambia palabras con algún empresario. Vuelve a sentarse y charla con un colaborador sobre el éxito de Sudáfrica 2010. “La FIFA siempre apoyó a Sudáfrica, aún cuando todos creían que no iban a llegar con los tiempos”, se jacta, casi socarronamente. Blatter mira su reloj. Faltan cinco minutos para que finalice el partido. “¿Cómo van?”, pregunta en voz baja. Brasil y Portugal acaban de empatar 0 a 0. El mundial es un éxito.
A pesar de que es la primera economía de un continente, Sudáfrica sigue siendo un país pobre, y los ejecutivos de la FIFA están más preocupados por obtener suculentas ganancias que por realizar un buen mundial en lo deportivo o por hacer realidad esa (falsa) premisa de que el mundial -como los Juegos Olímpicos- brindan al país organizador un crecimiento económico importantísimo.
Los contratos secretos que exigen Blatter y sus secuaces, así como las extensiones impositivas que piden, más las restrictivas normas que afectan a los sponsors y proveedores hacen del Mundial un espectáculo turbio, que deja un gran agujero en la economía, en este caso, sudafricana, y que no podrá subsanarse con el prometido crecimiento del turismo internacional.
Y mientras las entradas se agoten, las camisetas se vendan, se tome la cerveza oficial y se soplen las molestas vuvuzelas (que también son merchandising FIFA), el circo del mundial seguirá su curso por un mes, sin importar siquiera que la pelota ruede por el césped.
Por Álvaro Ithurbide

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