martes, 6 de abril de 2010

Opinión: Ataques "de", no "a" la Iglesia

El señor Loewenthal (...) abusó de mí, lo maté... La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

En tanto que el plan de demostrar que había sido violada por quien causara la muerte de su padre le salió bien a Emma Zunz, a la Iglesia no le está yendo tan maravillosamente al realizar la operación inversa: ocultar los numerosos abusos sexuales perpetrados por unos cuantos de sus miembros.


Mientras que una ola de acusaciones se inició en Irlanda y fue extendiéndose hasta Alemania, Austria, Estados Unidos, Brasil y Chile, entre otros; la "sagrada" institución se preocupa por tildarlas de "complot contra el Papa" o de "ataques a la Iglesia". A esta altura queda suficientemente claro que tales denuncias no se corresponden con una mera propaganda anti-clerical o anti-papal; los abusos, en efecto, ocurrieron y no sólo ahora: las violaciones vinculadas con miembros de la Iglesia ya prácticamente se han convertido en un cliché debido al cuantioso número de casos que emergieron a la superficie del conocimiento público a lo largo de la historia. Lo que hace la Iglesia con tales acusaciones es mostrarlas como agravios en su contra y, prolijamente, abandonar su natural papel de victimario para jugar el rol mucho más cómodo de víctima.

Bajo el papado de Paulo VI, el Vaticano redactó y distribuyó en 1962 un documento titulado Crimens Sollicitationis, dirigido a "todos los Arzobispos, Obispos y otros Ordinarios locales". La carta instaba a sus destinatarios a mantener en secreto los casos de pederastia en los que estuvieran implicados otros curas, mientras que, quien incumpliera la orden, sería excomulgado a modo de castigo. En 2001, el actual Papa, Joseph Ratzinger, reformuló el documento para que fuera el Vaticano quien debiera decidir sobre el caso. Justamente, en esa época se habían denunciado numerosos casos de abusos sexuales a menores en Estados Unidos e Irlanda. Delitos que fueron apañados por la Iglesia mediante dicha carta, modificada a comienzos de este decenio por quien hace unos días manifestó sus disculpas a los afectados por los curas pederastas en Irlanda.

Y resulta curioso que, según una encuesta realizada en un país esencialmente católico como Estados Unidos, el 55 por ciento de quienes allí profesan la religión se mostraron convencidos de que Benedicto XVI subestimó los escándalos de curas pedófilos. Y esto seguramente se debe a la considerable cantidad de casos que llegaron al conocimiento público y fueron "cajoneados" por el actual Papa: el de dos curas de Arizona, el del padre Lawrence Murphy -quien abusó de más de 200 menores que le fueron confiados mientras dirigía una escuela para sordos en Milwaukee (Wisconsin), o el del reverendo Michael Teta en Tucson -quien fue mantenido en sus funciones gracias a Ratzinger, a pesar de los pedidos del obispo Manuel Moreno para que dejara su cargo-.

Y esos sólo fueron algunos casos en Estados Unidos mientras que, en el resto del mundo, comienzan a ser desenterrados varios sucesos que habían permanecido bajo tierra por años: el puntapié inicial fueron las denuncias por los abusos silenciados en Irlanda y las que implican, en Alemania, al hermano de Benedicto, Georg Ratzinger.

Mientras que la Iglesia siga tratando de mantenerse en su papel de víctima mediante declaraciones como la efectuada durante la misa del Viernes Santo por el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, en la que comparó los ataques al sumo pontífice con "lo peor del antisemitismo"; mientras se sigan mezclando peras con manzanas para justificar sus encubrimientos -es imposible comparar el desprecio inspirado por los fascismos de principios del siglo XX hacia una religión, por el mero de hecho de ser "diferente", con las denuncias más que justificadas a una institución que pareciera defender con uñas y dientes la pederastia-, y mientras sigan existiendo documentos como el denominado Crimens Sollicitationis, la impunidad de los abusadores seguirá firmemente en pie. Aunque el gran descrédito que últimamente está sufriendo la Iglesia es, quizás, el primer vestigio de un posible cambio.

Laura Spiner

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