domingo, 2 de mayo de 2010

Opinión: Revisionismo histórico y otras yerbas.

“…Nos quedamos mirándonos unos segundos, hasta que finalmente me levanté, la tomé de los pelos y la tiré boca abajo contra el piso del café. Entre gritos y llantos logré esposarla y vendarle los ojos, mientras un camión oficial frenaba en la puerta del bar para llevársela.”


Durante la historia de la humanidad, prácticamente todos los pueblos del mundo sufrieron gobiernos totalitarios y absolutistas. Empezando por el Imperio Romano hasta en la historia reciente del denominado Tercer Mundo, hubo muertes, desaparecidos y presos políticos en nombre de una ideología, proceso, o como quieran llamarle. Y aunque la mayoría de los estados, en este nuevo siglo, superaron estos gobiernos, para intentar volver a la teoría del filósofo británico John Locke -quien cree que el individuo solo puede realizarse en una sociedad, y que esa sociedad (o pueblo), debe ser soberano- la historia es cíclica. Y si hoy en día los imperios son, más que nada económicos, (como el famoso y nefasto G8), en algunos países tercermundistas (y no tanto), siguen existiendo algunas sobras de estas tiranías.
No hace falta aclarar que tanto en Cuba, como en China, Corea del Norte, Guinea, Nepal o Pakistán, y muchos países de África (como Libia, Zimbawe, Sudán y Mauritania), son gobernados por un régimen totalitario, y si bien, no son comparables a las clásicas dictaduras militares que gobernaron Latinoamérica en la década del 70, a la Alemania nazi o a la Rusia stalinista, son claros ejemplos de un gobierno que cercena las libertades de los individuos. Sin embargo, la clásica mirada subjetiva (intentando que sea empírica, pero solo de la superficie), de los países más poderosos, (que dicho sea de paso, cercenan las libertades económicas de los países emergentes), escapa a la coyuntura histórica. El Gobierno Popular Chino parece ser la única forma de gobernar un país que cuenta con casi dos billones de habitantes. La Revolución Cubana en 1959, marcó, no sólo a Cuba, sino al resto de Latinoamérica con respecto a su sometimiento ante Estados Unidos. Para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos, diría alguno.

Siglo XXI. 28 de junio de 2009. El teniente coronel Rene Antonio Herpburn Bueso toma el poder por la fuerza y el Congreso nombra a Roberto Micheletti como presidente interino de Honduras, desplazando al presidente constitucional Manuel Zelaya. La aventura duró un par de meses. El 29 de noviembre se llamó a elecciones, resultando ganador Porfirio Lobos, del conservador Partido Nacional de Honduras.
El Golpe de Estado en Honduras pareció fuera de tiempo. La vuelta a la democracia en la década del 80 y el giro hacia la izquierda o centro-izquierda de la mayoría de los gobiernos en Latinoamérica, provocaron, no sólo una reacción de incredulidad en el resto de los países, sino también, para los gobiernos latinoamericanos, la oportunidad de demostrar su posición y su condena a ésta forma de gobierno. Una posición que está yuxtapuesta, o que se vierte, de un revisionismo tuerto por parte de los mismos y de gran parte de la sociedad.
El 9 de diciembre de 2008, la presidente Cristina Fernández de Kirchner viajó a Moscú para firmar acuerdos de colaboración con su par ruso Vladimir Putin. Durante esa vista, la mandataria argentina alabó las revoluciones socio-políticas que sucedieron en suelo soviético. Unas 5 millones de personas fueron ejecutadas o murieron presas en los gulags durante el gobierno de Iósif Stalin. Algunos creen que fueron más. La vida en los denominados gulags como relata el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn en el libro Archipiélago Gulag, es similar (o peor), a la que sufrieron los judíos en los campos de concentración nazi. Más cercano a nuestra época, y también en otro gobierno comunista, el escritor cubano Reinaldo Arenas tuvo que exiliarse de la Cuba de Fidel para poder publicar sin ser censurado por su calidad de homosexual..
Más allá de lo burdo de estos ejemplos, y de la acertada (y tan esperada), condena de los gobiernos latinoamericanos actuales a las dictaduras militares, la corrección política hace que el revisionismo histórico tenga una sola mirada. Si una persona condena la censura, la represión, los asesinatos y los presos políticos, ¿por qué se elogia tanto una dictadura y se critica tanto a la otra? ¿Una persona puede censurar o matar en nombre de la izquierda pero no en nombre de la derecha, o viceversa? ¿La condena de la sociedad no debería ser por igual?
En casi toda Latinoamérica las políticas populistas crean, (siempre lo hicieron), antagonismos. Diferenciarse del gobierno anterior y marcar contrastes con la oposición siempre fue el caballito de batalla electoral de cualquier gobierno. Y en la Argentina, particularmente, esa antinomia es parte de la idiosincrasia: en un país de absolutos, de Boca versus River, de peronistas versus radicales, de clase baja versus clase alta… Salvando las distancias, ¿no crecería la nación como sociedad, si se condenara, o al menos investigara, a las guerrillas de izquierda de la década del 70, de una forma similar a como se condena a la dictadura?

La historia es siempre la misma. Siempre existieron gobiernos que cometieron abusos contra aquéllos que juraron proteger. Siempre existieron imperios que gobernaron el mundo, y que luego cayeron estrepitosamente. Siempre existieron naciones sometidas que dejaron de serlo, para realizarse como nación soberana, como bien dice Locke. Pero es imposible avanzar como sociedad, si no se juzga la historia con la misma balanza.

Por Álvaro Ithurbide

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